Leyendas de Fañanás
Rebeca Gonzalez Escario. 2003
La muñeca de la casa antigua
Cuenta la leyenda . . . ahora hará 15 años más o menos . . .
. . . que en la llamada "Calle Baja" de Fañanás, había una casa antigua que utilizaba la juventud del pueblo como centro para sus reuniones. La casa, como cualquier otra casa, constaba de dos plantas; en la planta baja estaban la bodega, el corral, unas escaleras destartaladas que conducían a la planta de arriba y poco más . . . , y en la planta de arriba se encontraban las habitaciones. Los jóvenes siempre estaban en la misma habitación, por lo que ignoraban los detalles del resto de la casa.
Un día, como de costumbre, hicieron una de sus reuniones, aunque aquel día no había tanta animación como en otras ocasiones. La chica más atrevida del grupo, un poco harta y aburrida, se puso de pie y les comentó al resto de sus compañeros: "Estoy harta de estar siempre aquí, ¿por qué no vamos a ver cómo es el resto de la casa?". Sus amigos le contestaron: "Tú estás loca, nosotros de aquí no nos movemos, aquí sabemos que estamos seguros, pero . . . el resto de la casa no la conocemos, y puede ser peligroso . . . "
Ella no encontró en aquella respuesta un motivo suficiente para abandonar la idea, así que decidió saciar su curiosidad e ir a echar un vistazo. Fué recorriendo una a una las distintas habitaciones de la casa. Todas estaban igualmente polvorientas, solitarias y con las paredes descoloridas . . . , pero cuando por fin llegó a la ultima habitación, vió dentro de ella algo que le llamó mucho la atención: una antigua y bonita muñeca de porcelana. Tirada en el suelo, como si alguien la hubiera olvidado por descuido, era el único objeto que allí se encontraba.
La chica pensó que una muñeca tan bonita era una pena que estuviera sucia, tirada en el suelo y abandonada, así que decidió adoptarla. Se agachó, la cogió de la mano, y algo extraño sucedió . . . De repente, aquella muñequita ¡parecía que hubiera cobrado vida!. La muñeca no se movía, no hablaba, todo hubiera sido normal de no ser porque la muñeca empezó a apretar fuertemente la mano de la chica. Intentó tranquilizarse y soltarla, pero era imposible, ¡era como si la muñeca hubiera decidido quedarse unida a ella de por vida!. Luchó, zarandeó la muñeca, pero no consiguió nada, la muñeca cada vez la agarraba con más fuerza. Aterrorizada, empezó a gritar para pedir ayuda a sus amigos.
Estos, al escuchar sus gritos, salieron de la habitación en su busca. Cuando por fín la encontraron, la imagen que vieron les aterró: allí estaba su amiga, asustadísima, intentando librarse de una muñeca en cuya boca se dibujaba una retorcida sonrisa. Cuando reaccionaron, se acercaron a ella y entre todos empezaron a tirar de la muñeca para intentar separarlas. Finalmente, después de un rato de esfuerzo y tensión, consiguieron liberarla de aquella muñeca, la cual, al soltarse y caer al suelo comenzó a sangrar.
Lo que pasó después nadie lo sabe, porque los chicos salieron corriendo de la casa, pero más tarde supieron que en aquella habitación vivió y murió una niña: la propietaria de la muñeca de porcelana . . .
El jarrón del abuelo
Como cualquier otro asentamiento humano, Fañanás tiene su propio cementerio . . .
. . . es pequeño, bastante antiguo, algunos nichos son tan antiguos que la huella que el paso del tiempo ha dejado en ellos hace casi imposible leer sus inscripciones. Está apartado del pueblo. De él se han contado mil y una historias, algunas las conozco de primera de mano, otras han ido de boca en boca hasta llegar a mis oídos y a los del resto de la gentes del pueblo . . .
Os contaré una de tantas . . . Sucedió hace 14 años . . .
Había una niña que todos los veranos y fiestas iba a Fañanás a pasar las vacaciones y visitar a su familia y abuelos. Ella disfrutaba mucho, ya que entre otras cosas podía encontrarse nuevamente con sus buenos amigos del pueblo, pero un verano paso lo que a todos nos pasará . . . su abuelo falleció.
Ella quería mucho a su abuelo, así que decidió que iría a visitarlo todos los días al cementerio. Su abuelo tenía un perro, Durruti, que además era el amigo fiel e inseparable de la niña. Así que ella, todos los dias, después de comer, sin decir nada a nadie, cogía su bicicleta y acompañada por Durruti, iba a visitar a su abuelo. Pasaba largos ratos delante de su tumba, contándole lo que pasaba cada día. Un día una de sus amigas le pregunto que dónde iba todos los días con la bici y Durruti . . . La niña se lo explicó, y su amiga se ofreció aquel día para acompañarla, a lo que la niña dijo que sí.
Quedaron después de comer, cogieron sus bicis y Durruti las siguió muy contento. Llegaron al cementerio y entraron, pero ese día Durruti por algún motivo inexplicable no quería entrar, ellas lo intentaron animar pero no consiguieron mucho, ya que el perro sólo traspaso la puerta pero no quiso acercarse a la tumba. Ellas sí lo hicieron. La niña, como llevaba haciendo todos los días desde hacía una semana, empezó a explicar a su abuelo cómo iba todo, su amiga estaba callada y escuchaba, pero de repente . . . se levantó mucho viento, el jarrón que había en el nicho cayó al suelo haciéndose añícos y la puerta del cementerio se cerró.
Las niñas, asustadísimas, salieron corriendo, abrieron la verja y sin mirar atrás montaron en sus bicis y pedalearon con todas sus fuerzas hasta llegar a Fañanás. Durruti también las seguía corriendo todo lo que podía . . .
Después de 14 años, esa niña solo volvió una vez al cementerio y acompañada por su madre y abuela. Esa niña era yo . . . muchas veces lo he pensado y creo que todo fué debido al viento, pero hay una cosa que no entiendo: ¿por qué únicamente se cayó su jarrón? . . .
Los niños de la peñeta
Fañanás, es un pueblo con muchos escondites y secretos . . .
Si algún día habéis ido a Fañanás, conoceréis la Peñeta. Es un lugar tranquilo, retirado, un sitio ideal para charlar con los amigos. Por el día sus vistas son preciosas, ya que se vé gran parte del monte de Fañanás, y por la noche nos concede el placer de admirar las estrellas. La Peñeta está situada justo al lado de la iglésia, y justo en el inicio de uno de los caminos que conducen al bosque.
Desde que tengo memoria, ese lugar ha sido frecuentado siempre por la juventud del pueblo, gran protagonista de muchos sucesos . . . Los chicos del pueblo se reunían ahí frecuentemente, y pasaban largos ratos hablando. Un día como otro cualquiera, los chicos quedaron después de cenar para ir a la Peñeta. La noche empezó igual que siempre, fueron llegando todos al punto de encuentro y una vez reunidos empezaron a hablar de sus temas.
Pero algo extraño pasó, dos chicas del grupo, sin intercambiar palabra alguna, como si existiera telepatía entre ellas, se levantaron al mismo tiempo y salieron corriendo a toda velocidad por la gran bajada de la Peñeta, no parando hasta llegar a la Plaza Mayor. Llegaron casi sin aliento por el esfuerzo de la carrera, y cuando pudieron volver a respirar con normalidad, una de ellas le preguntó a la otra: "Oye . . . ¿Tú por qué corrías?"
La otra chica dudó un momento y contestó: "Por algo que he oído. ¿Y tú?"
Su amiga le contestó que también había oído algo, pero ninguna de las dos se atrevía a mencionarlo.
Al final decidieron contar hasta tres y decirlo las dos al mismo tiempo. Contaron: " Uno . . . dos . . . tres . . . ¡Se ha oído llorar un bebé!".
Las dos amigas se quedaron paralizadas y tranquilas a la vez, tranquilas porque si las dos habían oído lo mismo es porque había sido verdad, ¡ninguna de las dos estaba loca!. Ese día ya no sucedió nada más, y con el tiempo las amigas habrían casi olvidado lo sucedido de no ser porque un tiempo después se enteraron de que al lado de la Peñeta, junto a los muros de la iglésia, en tiempos muy lejanos se habían enterrado . . . bebés . . .
Foto de encabezado: Magia y leyendas en los tejados de Fañanás