Peña Mora
Desde que el ser humano habitara las cuevas en tiempos prehistóricos, las sucesivas civilizaciones han permanecido siempre muy unidas a los materiales pétreos existentes en la naturaleza, construyendo dólmenes, crómlechs, túmulos, menhires, pirámides, mastabas, zigurats, etc., o incluso conjuntos tallados enteramente en la roca, y ya más recientemente templos dedicados al culto religioso como iglesias, catedrales o mezquitas y estructuras civiles como puentes o azudes.
La ubicación de muchas de estas construcciones coincide con las llamadas sendas del dragón, líneas de luz, líneas de energía, líneas espirituales, corrientes telúricas, etc, que ya se tenían en cuenta en tiempos prehistóricos y que no son otra cosa que las líneas de energía del campo magnético terrestre estudiadas por el famoso ingeniero Nikola Tesla, las cuales confluyen en determinados vórtices en los que no tan casualmente se construyeron la mayoría de ellas.
De entre las estructuras rupestres consideradas sagradas, destacan unas construcciones muy extendidas dentro y fuera de la península ibérica, a las que se les ha atribuido desde tiempos remotos la capacidad de fomentar la fertilidad tanto femenina como masculina, las conocidas como cuevas de la fertilidad, piedras fecundantes, piedras de los moros, peñas moras, etc., aunque las dos últimas denominaciones no son nada acertadas, pues ya eran utilizadas por druidas, celtas, íberos e incluso por nuestros antepasados neolíticos.
Durante el primer concilio Caesar-Augustanum, celebrado el 4 de Octubre del año 380 en Caesaraugusta (Zaragoza), más de trescientos años antes de la llegada de los árabes a la península, la Iglesia condena ya bajo pena de anatema los cultos pétreos de aquellos a los que llama "adoradores de piedras", así como la atribución de cualidades terapéuticas prodigiosas a fuentes y árboles, además de prohibir las romerías a los montes.
Pero estos rituales, muy extendidos entre los habitantes de las comarcas oscenses, continuarán celebrándose a pesar de la prohibición, y en algunos lugares incluso en pleno siglo XX, algo totalmente comprensible, pues cuando el ser humano no encuentra la solución a sus problemas acude como último recurso a la ayuda divina, bien sea ante santos, vírgenes y cristos, o ante árboles milenarios, manantiales sagrados y lugares considerados sanadores desde tiempos inmemoriales.
También hay que considerar que el no tener descendencia era antaño una verdadera tragedia, ya que enfermedades, guerras, u otros motivos, podían diezmar las poblaciones en cualquier momento, poniendo en peligro la propia supervivencia de la comunidad, por lo que cualquier intento en busca de la fertilidad valía la pena ser probado, y de hecho esta preocupación ha quedado claramente grabada en el inconsciente colectivo, cuando ante grandes catástrofes todavía siente la inercia de salvar a "las mujeres y los niños primero".
En Fañanás, en una zona elevada del paraje conocido como Cordoma, casi en el centro de un gran paredón de piedra arenisca, se encuentra la llamada Peña Mora, una cueva de la fertilidad a la que debieron acudir mujeres y hombres con problemas de infertilidad o niñas que esperaban la menarquía o aparición de la primera menstruación, buscando recibir de la Gran Diosa Madre Tierra sus energías sanadoras y fertilizadoras.
Lamentablemente no ha podido visitarse ni documentarse fotográficamente por no estar en una zona de libre acceso, pues una alambrada impide el paso, pero se conoce su estructura gracias a las descripciones de algunas personas que la visitaron años atrás. El acceso a la cueva debe realizarse en posición tumbada, a través de un angosto túnel a ras del suelo, por lo que la salida se asemeja mucho a un parto. La piedra arenisca de su interior fue repicada hasta formar una cámara semiesférica a modo de útero, con la precaución de dejar una columna central, y aunque su espacio permite moverse con facilidad, la altura no es suficiente para que una persona adulta permanezca totalmente erguida.